Nos sumamos a grandes ideas que somos incapaces de sostener íntegramente. Muchas de ellas representan progreso, cambio y evolución, pero también son el origen de las actitudes hipócritas de nuestra sociedad. Los veganos compran flores es un ejercicio de autocrítica que pone de manifiesto las contradicciones en las que todos caemos. Iván Forcadell (1993) cruza el límite de todo aquello que no debe decirse con este experimento que reivindica su necesidad de acabar con la hipocresía y los silencios impuestos por la moral contemporánea.
La muestra es un homenaje a las flores, protagonistas del universo divertido, despreocupado
y desmedido que inunda la sala. El artista quiere dar voz a estos seres, hablar de sus sentimientos y construirles un espacio seguro; poner de manifiesto que no todas son iguales, no todas gozan del mismo estado mental ni tienen los mismos sueños… ¿Hablamos de sus fetiches? Siempre en clave de humor, el autor se imagina cómo debe ser el día a día de una flor. Se pregunta: ¿Alguien piensa alguna vez en cómo se siente esa rosa que es utilizada indiscriminadamente para entierros y celebraciones?, ¿qué tal se encontrará la manzanilla?, o ¿qué ocurre si la lavanda no se ha levantado de humor para disimular malos olores?
El código de la exposición es la ironía, presente en cada símbolo, en el lenguaje, en los colores. También en Otro precio en el amor, la primera pieza de videoarte del artista, que trans- porta al visitante a ese momento en el que deshojó una flor para obligarle a escuchar los gritos de un ser que está siendo mutilado. El artista nos sitúa en el lugar del otro a través de un soni- do estridente y agónico. Así, pone de manifiesto el dolor ajeno y cómo lo utilizamos en nuestro propio beneficio.
La virgen de las flores, el segundo eje de la muestra, encarna esa tradición tan presente siempre en las propuestas de Forcadell. Se trata de una virgen de aire kitsch que alude a aquellas culturas precristianas en las que las flores eran el elemento central de las ofrendas. El artista busca convertir al espectador en devoto y, con cierto sarcasmo, le invita a participar de este rito que consiste en ofrecer una flor y condenarla a observar el mundo desde la impotencia. Los jueces del acto son los boticarios situados frente a la virgen. Estos evidencian la gran con- tradicción de la muestra y es que son al mismo tiempo recipientes de vida, en tanto que man- tienen las flores frescas, y urnas funerarias, pues en el fondo son espacios sin escapatoria para ellas.
Forcadell juega con el espectador y le propone con ingenio un ejercicio de autocrítica. Representa lo sutil de las contradicciones y se plantea si seremos capaces de percibir todas aquellas en las que incurrimos. Los veganos compran flores es una evidencia de esa fina línea que sustenta nuestra moral.
– Blanca Vallejo Fernández
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