Donald Sultan y la Resurrección de la Naturaleza Muerta

La galeria Senda inauguró la primavera con “Day and Night: New Paintings and Drawings”, la primera exposición del reconocido americano Donald Sultan en España. Formada por un conjunto de piezas de gran escala con la flor de mimosa como motif, Sultan ha demostrado que un resultado puede conseguirse con componentes inusuales. Es el caso de Spring Mimosa Dec 12, por ejemplo, un cuadro de flores regado con alquitrán y esmalte, y no con agua.

Seguramente estés pensando ¿bodegones? ya pasó la época del frenesí por la naturaleza muerta y los vasos de vino a medio acabar, ¿no? migajos de pan junto a la pera y la manzana carcomida. Ese detalle no lo habrá ignorado el artista, quien trata de pintar al ínfimo pormenor lo que ve y lo que trazan sus manos con las señales que reciben desde lo más íntimo de la retina. También están aquellos que optan por las flores, bien sea por afán de ser romántico, o porque eran de ocasión y la primavera no es temporada de peras. Un lienzo blanco, manchado con el pigmento de colores terrestres – verde marron y amarillo apagado.

Pues quizás sí que se terminó la moda del bodegón convencional. Cézanne se llevó con él el último suspiro del artista admirador de frutas desmayadas sobre cerámicas, y Van Gogh el de los girasoles, que ya dejaron de girar en la mente de aquel que dice ‘saber de arte’. Tal vez seamos pocos los que seguimos encontrando paz en la representación de la naturaleza, aunque no sea acompañada de movidas conceptuales y motivos superiores. Una flor, una fresa, un paisaje, algo tan mundano como el humo de un cigarro que baila en la oscuridad de un piso cerca de 24th with 6th avenue.

A veces uno necesita eso, y nada más. Como un respiro en el sofoco que supone vivir en un tiempo donde uno sufre más por estrechar su gusto a un mundo que tarda poco en decidir quién es digno de hacer arte y quien no, y qué merece su puesto en una pared blanca y quién nunca saldrá de su habitación con olor a pintura y hormonas.

Olvídate de la pared blanca, y ya que estás, del lienzo blanco también. De hecho, imagínate en una planta de grava, donde los humos a alquitrán y el calor que emerge de la pirámide de piedras hierven la sangre y tapizan los pulmones. En medio de todo el panorama industrial – del metal, la madera, el acero y el fuego – crece una flor. No es fácil imaginarlo, de hecho, es casi imposible que una flor nazca en medio de tanta dureza, y sin embargo lo hace—un átomo de vida en un lugar que nunca la cobró. Es una flor redonda, naranja, aunque te suena haberla visto en otro lado de otros colores, roja, amarilla… redonda como el sol, como una naranja, como un diente de leon al que aún no se le ha pedido el deseo.

El bodegón de Cézanne emite un aroma a mantel macerado con néctar de melocotón y el charquito de vino que derramó tu padre en la que era su cuarta copa. El girasol de Van Gogh trae a la mente el olor del campo y la humedad distante del mar. Pero las mimosas de Donald Sultan confunden los sentidos: uno ve círculos minimalistas de mimosas, rodeados de un centenar de hojas de olivo – piensas pues: sur de francia, aire seco y afrutado… pero cuando te acercas a la obra se te caen los esquemas. Ya no piensas en el campo francés, si no en el camino hasta ahí — el viaje. El calor del asfalto cuando bajas a estirar las piernas y el olor a alquitrán que emite la fábrica que se ha construido lejos de la vida para no acortar la misma con la impureza del humo que saca por sus chimeneas altas.

Verás, la escena provenzal de Cézanne y las flores a pinceladas densas habían tomado un espacio recóndito en mi archivo de obras preciadas. No por falta de admiración, ni pretensión de necesitar que el arte me ‘diga algo’. Si no porque ando buscando obras que me dejen disfrutar de la belleza en un mundo en el que raras veces la belleza viene sin zancadilla pelotera. Que entre lo industrial puede surgir lo natural.

Recibir flores sigue siendo un placer, aunque sea acompañado del run run de los coches y el aire contaminado de la ciudad. Si te acercas a la obra de Sultan podrás ‘oler’ tu infancia en el pueblo, el sabor dulce de la fruta madurada al sol, y la brisa que pasa mientras lees bajo el olivo en una tarde de agosto. Pese a que lo que realmente huelas sea masonita, alquitrán y esmalte.

De eso se trata, yo creo —de estimular los sentidos con lo que crees que es, lo que querrías que fuese, y con lo que realmente es. Si no lo crees, míralo por ti mismo: Donald sultan, en galeria Senda, hasta finales de Julio.