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Con Grabador Fantasma (2018), Adrián Balseca cuestiona la materia- lidad del mundo en la era del Antropoceno. En la actualidad, cuando la influencia de la actividad humana sobre la Tierra se volvió una fuerza geológica mayor, capaz de marcar de forma irreversible el ecosistema planetario, Balseca actúa y se involucra como artista para generar una obra simbólica de estos retos sobre el territorio ecuatoriano.
La práctica artística de Balseca es una práctica no-moderna, en el sentido de Bruno Latour (1991),1 en el cual lo utilitario, lo utópico y lo poético nunca están claramente separados. Efectivamente, según Latour, los modernos nunca dejaron de crear objetos híbridos, que no sólo pertenecían al mundo científico o técnico, sino que participaban de lo político, lo cultural o lo económico. Sin embargo, al crear estos objetos, los modernos se negaron a pensar su hibridez, permaneciendo en una representación del mundo basada en la “Gran División” (Latour 1991) entre naturaleza y cultura.
En oposición con este orden moderno, Balseca sobrepasa sus divisiones disciplinarias-ontológicas y desafía el estatus extra- territorial del arte. El punto de partida de Grabador fantasma es la película Fitzcarraldo (1982) del alemán Werner Herzog, que cuenta la odisea de Brian Sweeney Fitzgerald al inicio del siglo XX.
Este empresario aspira hacer una fortuna con el caucho y, a la vez amante de la música, sueña con construir una edificación para la ópera en la selva amazónica. Lo que le llama la atención de este emprendimiento desmesurado a Balseca es la estética fuera de lugar y visualmente desconectada de un gramófono sobre un barco que erra en el medio de la selva. Sin embargo, al reconstituir el aspecto visual de la escena, voltea el “régimen colonial” al modificar su dimensión sonora. De hecho, en la obra de Balseca la función del gramófono está invertida; en vez de callar al bosque y a sus habitantes, al difundir un aria de ópera en medio de la selva silenciosa, capta los sonidos del bosque, a la escucha de los sonidos humanos y no humanos.
A través de este gesto provocativo, el artista denuncia la concepción burguesa de la autonomía del arte, esta no-relación ilustrada por el aria de ópera del tenor italiano Enrico Caruso.2 Basándose en este filme, su director y el personaje principal, Balseca muestra esta concepción del arte como una formación histórica específica perteneciente a un sistema moderno y colonial de división. El segundo giro que realiza Balseca, al borrar el personaje principal de la obra y al reutilizar la tecnología del gramófono para “escuchar” a la “naturaleza”, es la demostración de que todo signo artístico está cargado con fuerzas de actores no-humanos, operando como un dispositivo de traducción de procesos materiales y cósmicos.